La tauromaquia es la evolución de los trabajos ganaderos de
conducción, encierro y sacrificio en los macelos o mataderos urbanos que
comenzaron a construirse en España durante el siglo XVI. Estos
profesionales de la conducción del ganado vacuno, entonces toro bravo, y
los matarifes aportaron creatividad y virtuosismo a las tareas más
arriesgadas, que inmediatamente fueron de interés para los más diversos
espectadores. Las primeras noticias sobre estas suertes prodigiosas son
del Matadero de Sevilla, en el cual además está documentada la
presidencia encarnada por un representante de la autoridad municipal,
situado en una torre mirador o palco proyectado por el arquitecto Asensio de Maeda
y conocido por una importante cantidad de óleos que recogen la
actividad taurina en ese momento. En el matadero sevillano también se
proyectaron las primeras tribunas para espectadores en la segunda mitad
del siglo XVI A partir del siglo XVII comienzan a surgir nombres entre los toreros de
a pie, por su estilo y valor, además de la simpatía que a estos se les
tenía por ser parte del mismo pueblo y no de la nobleza, siendo
solicitados por el público para presentarse como evento principal.
Paulatinamente, el gusto del público se inclina por los toreros de a
pie, y, si bien con extrañas variaciones, se van estableciendo a lo
largo del siglo XVIII todos los elementos de las corridas modernas. De
esta época son algunas de las primeras figuras conocidas del toreo, como
Costillares, Pepe-Hillo y Pedro Romero.
Ya en el siglo XIX, toreros como Paquiro, Cúchares, Lagartijo y Frascuelo, fueron quienes dieron a la corrida la estructura definitiva que tiene hasta la actualidad.
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